La semana comenzó movida para los neoyorquinos con una noticia inimaginada: Times Square, la milla más famosa del mundo, suspendía su tráfico automovilístico. Los años le hacen resistencia a los cambios, y digerí la noticia con molestia. Times Square, sin carros, no sería el mismo, aunque el alcalde Mike Bloomberg explicara por el televisor razones como la congestión, los accidentes, el peligro, y terminara por asegurar que la medida sería con carácter experimental.
Sin embargo, el ser moderno que a veces me habita decidió que mejor era ir al lugar de los sucesos y comprobar personalmente cómo se sentía el ambiente in situ.
El martes en la mañana cambiaba de parecer. No más emerger de la estación del subway, el panorama era sorprendente. Cientos de sillas playeras esperaban por ocupantes a lo largo de Broadway, desde la calle 47 hasta la renacida 42. Gentes de todos los colores y nacionalidades se acomodaban en las mismas a conversar, beber café, tomarse fotos, hablar por teléfono, o sencillamente a descansar. Las sillas habían sido colocadas temporalmente por el municipio para celebrar el día en que Times Square se liberaba del tráfico (en la noche leí el primer titular anunciando que algunas personas comenzaban a llevárselas, indebidamente, para sus casas).
El área donde está situada la estatua de Father Duffy luce irreconocible, con una escalinata roja que sirve de mirador y grada. Los transeúntes se veían felices.