A petición de mi estimada Tuta, y de otros lectores que me han contactado por email, nuevamente tenemos como columnista invitada en El Imparcial Digital a mi media manzana, Escolástica de Del Valle.
DE MI DUDA CULPEN A ELENA RUZ
Por Escolástica de Del Valle
Mi madre no los preparaba cuando éramos pequeñas. Si a ella tengo que asociarla con tareas culinarias, esa es la única imagen que me llega: Torpe con el cuchillo, cortando los panecillos por el medio, poniendo cada tapa en el horno empotrado de nuestra cocina. Luego venía el segundo capítulo, la preparación: abundante queso crema en una de las tapas, confitura de fresa en la otra, y en el medio finas lascas de pavo. Aquellos sandwichs Helena Ruth eran la gloria.
Y los llamé Helena Ruth, porque así lo grabé fonéticamente de mi madre, quien siempre pronunció muy correcto el idioma inglés y se enfurecía cuando nos burlábamos de ella cada vez que pedía el scotchtape.
Luego vino mi hermana a retomar la idea cuando andábamos en la adolescencia. Sobre todo aquellas tardes que regresábamos de la Playita de 16 o del Cubanaleco, según lo que estuviese de moda, y ella me cambiaba cualquier tarea doméstica que tenía pendiente por la esperanza de un Elena Ruz, aunque ya entre nosotras dos al nombre del sandwich le habíamos dejado la h muda y convertido la zeta suave del “th” en una vulgar ese.
Mi hermana sustituyó el pavo –que en los años Setenta era una carne totalmente extinguida en Cuba- por pollo, y la confitura de fresa por alguna mermelada llegada a casa sabe Dios por qué vía, el queso crema Nela conocido, y de pan, aquella flauta que todavía era diaria, y rica.
Cuando abrieron la cafetería del teatro Karl Marx, antiguamente Teatro Blanquita, que estuvo abandonado y corroído de salitre por años, para nuestro asombro en el menú estaba el sandwich Elena Ruz. Aunque, para ser honesta, no recuerdo si en el menú de aquella cafetería, a la que llamábamos El Capital (por lo cara que era en aquella época para nuestros bolsillos de estudiantes), estaba escrito Elena Ruz o Helena Ruth.
Y luego llegué a Miami. ¡Qué alegría volver a encontrar el sandwich familiar, con todos sus ingredientes originales, como los de mi madre! Sin embargo, lo del nombre no me quedaba todavía claro. En las cafeterías de Miami Beach, por ejemplo, lo leía Helena Ruth. En las de la Calle Ocho, Elena Ruz.
Hasta que un día, conversando con la genial Paquita Madariaga, a quien Eufrates le dedicó unos de sus primeros post, salió a colación dicho sandwich, y yo aproveché para de una vez y por todas salir de mi duda. Y le pregunté a Paquita quién era la americana que había inventado el Helena Ruth.
Paquita abrió aquellas almendras que eran sus ojos negros, aspiró profundamente del cigarrillo, y me soltó una de sus carcajadas:
“¡Qué americana ni americana! Ese sandwich lo inventó Elenita Ruz, amiga de mi familia desde hace miles de años!”
Buscando en internet datos de Elena Ruz y del sandwich de mi vida, he hallado estos comentarios dejados por personas que, coincidentemente, han tenido durante su vida la misma duda medio inútil que yo. Y algunos, hasta emparentaron a la joven de la alta sociedad habanera, Elena Ruz, con-quien-ustedes-saben.