Fragmento de una foto tomada por Pablo Ortiz a la selva amazónica.
En diciembre de 1990 realicé el viaje más exótico de mi vida. Visité la selva y el río Amazonas. Cuando pienso en esos siete días que allí pasé, me llega el denso olor del río con el fango de la orilla, unido con la humedad de la vegetación tupida y colores iridiscentes. Y hasta de nuevo siento ese peso que invade mi cuerpo cuando he estado en un lugar donde me creo en “el fin del mundo”.
Antes de internarnos en la selva, el grupo con quien compartí aquella aventura y yo, permanecimos unos días en un pueblito llamado Leticia, que es el punto más sureste de Colombia, colindando con Brasil al este y florecido en un pedazo de la orilla norte del Amazonas. Hay dos formas para llegar a Leticia: en una embarcación a través del río, o por avión. Como llegué hasta allí por la segunda vía, contemplé desde arriba la magnitud y profundidad de la selva, cuyo espectáculo sobrepasó toda mi imaginación.
En la foto anterior, por ejemplo, capté a los vendedores del mercado a la orilla del río, recogiendo sus mercancías ante la inminencia de la lluvia. Desde el amanecer, allí se reúnen los nativos de caseríos cercanos y pobladores venidos de Bogotá, Medellín y Tolima (ya asentados por décadas en los alrededores) a vender sus frutas y productos agrícolas, así como también pescados y artesanías. En la foto siguiente, una vivienda típica a la orilla del Amazonas. Recuerdo que al mirar para dentro en una de ellas, observé una pared interior adornada con un póster turístico de Colombia, que tenía todas las letras y fotos de cabeza. Lo habían pegado alrevés.
Leticia es la capital del Departamento de Amazonas de Colombia, con una población que no llega a los 40 mil habitantes y a una altura de 96 metros del nivel del mar. La zona es conocida como Tres Fronteras –no le asombre si calles, restaurantes y hoteles llevan ese nombre- ya que al sur, en la otra orilla del río, está Perú, y al este Brasil, cuya frontera con Leticia es una calle que, al cruzarla, estás ya en Tabatinga, territorio brasilero.
En diciembre de 1990 realicé el viaje más exótico de mi vida. Visité la selva y el río Amazonas. Cuando pienso en esos siete días que allí pasé, me llega el denso olor del río con el fango de la orilla, unido con la humedad de la vegetación tupida y colores iridiscentes. Y hasta de nuevo siento ese peso que invade mi cuerpo cuando he estado en un lugar donde me creo en “el fin del mundo”.
Antes de internarnos en la selva, el grupo con quien compartí aquella aventura y yo, permanecimos unos días en un pueblito llamado Leticia, que es el punto más sureste de Colombia, colindando con Brasil al este y florecido en un pedazo de la orilla norte del Amazonas. Hay dos formas para llegar a Leticia: en una embarcación a través del río, o por avión. Como llegué hasta allí por la segunda vía, contemplé desde arriba la magnitud y profundidad de la selva, cuyo espectáculo sobrepasó toda mi imaginación.
En la foto anterior, por ejemplo, capté a los vendedores del mercado a la orilla del río, recogiendo sus mercancías ante la inminencia de la lluvia. Desde el amanecer, allí se reúnen los nativos de caseríos cercanos y pobladores venidos de Bogotá, Medellín y Tolima (ya asentados por décadas en los alrededores) a vender sus frutas y productos agrícolas, así como también pescados y artesanías. En la foto siguiente, una vivienda típica a la orilla del Amazonas. Recuerdo que al mirar para dentro en una de ellas, observé una pared interior adornada con un póster turístico de Colombia, que tenía todas las letras y fotos de cabeza. Lo habían pegado alrevés.
Leticia es la capital del Departamento de Amazonas de Colombia, con una población que no llega a los 40 mil habitantes y a una altura de 96 metros del nivel del mar. La zona es conocida como Tres Fronteras –no le asombre si calles, restaurantes y hoteles llevan ese nombre- ya que al sur, en la otra orilla del río, está Perú, y al este Brasil, cuya frontera con Leticia es una calle que, al cruzarla, estás ya en Tabatinga, territorio brasilero.
En la época que visité Leticia presencié un espectáculo curioso para mí, pero cotidiano para los vecinos del área. La vivienda de un hombre tenía su sala, dormitorio y cocina en Colombia, pero el servicio sanitario se encontraba en el Brasil. Dicho individuo, alrededor de las 6 de la tarde, salía a la puerta de su casa en total estado de embriaguez, y le gritaba a nativos y turistas: “¡Porque yo como y duermo en Colombia.... y me cago en el Brasil....!”
La gente aplaudía, el hombre ebrío hacía una reverencia y entraba de nuevo a su casa. El show era diario y durante los días que allí estuve, nadie en el pueblo se lo perdía. El hecho había sido plasmado en numerosos periódicos y revistas nacionales e internacionales, según me dijeron.
La gente aplaudía, el hombre ebrío hacía una reverencia y entraba de nuevo a su casa. El show era diario y durante los días que allí estuve, nadie en el pueblo se lo perdía. El hecho había sido plasmado en numerosos periódicos y revistas nacionales e internacionales, según me dijeron.
En la foto anterior, los tres más jóvenes expedicionarios de nuestro grupo, y mi sombra a mano derecha, mientras recorríamos Leticia. Porque este pueblo incomunicado por carretera, paradójicamente, también tiene aceras, calles pavimentadas y parques, y toda una infraestructura turística completa, con hoteles con aire acondicionado y piscinas, y muchos restaurancitos con comida típica de la zona, en la cual abunda el pescado.
Durante las décadas de los sesenta y setenta, Leticia fue un centro de compra y venta de drogas al por mayor, lo cual le trajo un florecimiento económico al pueblo. Para mi asombro, allí vi construidas modernas casas de dos pisos, que en la época de mi visita muchas de ellas tenían guardias armados en sus entradas. También por el pueblo rodaban camionetas último modelo, aunque sólo fuese para darle la vuelta a la manzana o llegar al vecino Tabatinga.
Para internarnos en la selva, primero recorrimos por ocho horas el río Amazonas en una embarcación llamada La Vorágine, de la cual me contaron que hoy día está destruida y abandonada, pero que el gobierno municipal ha planeado reparar y devolver a sus aventuras. Durante nuestro viaje en La Vorágine, recuerdo que se rompió el motor y, mientras los entendidos trataban de repararlo, pasamos varias horas a la deriva, tiempo en el cual los inútiles nos entretuvimos en tomar el sol.
Les cuento todo esto porque, el estimado correligionario colombiano Pablo Ortiz, acaba de visitar Leticia y me ha enviado las fotos de su viaje. Mañana, el reportaje gráfico que Pablo le ha hecho a Leticia, 18 años después que yo la conociera y me enamorara de su encanto y el paisaje exhuberante que la cobija.
9 comments:
Wow!!! qué experiencia única!!!!!!!
Muy refrescante la anécdota del que dormía en Colombia y se c... en Brasil, :-)
Saludos, Eu!!!
MUY BONITO TU POST. Alguna vez oí hablar de esta ciudad en la tv , y dijeron un particular q me quedó grabada en mente pero ahora no lo recuerdo, tiene una caracteristica particular ??? si lo rcuerdo regreso,,,saludos Eu
Que cabeza la mia, Gaviota!!!!! Olvide decir lo particular (seguro es a lo que te refieres): Es el unico lugar donde se da la flor de loto, si mi memoria no me falla! Pero los negativos de ese viaje no los tengo organizados, solo utilice algunas fotos que ya tenia impresas, pero se que la tenia retratada. Debe ser eso, la flor de loto.
Muy interesante la cronica de su exotico viaje, Eufrates.
Ya no necesito visitar el Amazonas, usted me ha llevado a conocerlo con sus detalladas descripciones.
Me quito el sombrero- metaforico, ji,ji- que reportaje Eufrates, me transportaste a ese lugar y la historia del hombre que defecaba en Brasil, coincido con Aguaya, es muy divertida.
Espero las fotos nuevas para ver que pasa en un lugar exotico luego de varios annos sin Revolucion- ji, ji. Hoy amaneci medio sardonica y eso que es lunes!
Tuta
Ah, tambien me hicieron recordar a Flor de Loto, como le deciamos a un sennor maduro,ligeramente calvo, algo obeso y definitivamente mulato que era peletero en mi pueblito y que por las noches se desordenaba y se vestia de lentejuelas y oropeles para recitar versos de Carilda Oliver. Ay cuanta memoria Don Eufrates...!
Gracias !, Eufrates. La verdad que tiene la pluma muy afilada para transportarnos con usted a sus lugares. Éste de hoy es tan evocador y rico.
Y como dice Aguaya, esa anécdota no tiene desperdicio. Qué manera de reírme.
Un reportaje precioso, muchas gracias, don Eufrates. Niobe.
Fantástico.
Muchos soñamos con ir a la selva amazónica y este adelanto que nos das no hace otra cosa que revolver esos sueños.
Saludos,
Al Godar
Formidable reportaje, don Eufrates. Ese lado de Colombia no lo he visto ni de lejos, pero esto igual me transporta hasta aquel bello país. Tras deambular por toda Cuba -excepto Cienfuegos-, y visitar algunas partes de México, Colombia fue la tercera nación latinoamericana que recorrí: la cordillera, la tierra caliente y la costa caribe. Me faltó la selva y la costa pacífica. Simplemente me deslumbró. Y si México me dio a entender la insignificancia geográfica de nuestra isla natal, Colombia me restregó en la cara la banalidad geo-estética del cayo nacional.
¡Pucha, qué Colombia: los paisajes y las paisas!
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