LOS PRIMOS

La familia de una amiga mía es un ejemplo perfecto de la diáspora cubana, el peor de todos los males que nos tocó vivir por cuenta de un accidente histórico que, por mal interpretado, quedó impune. Una cubano-americana de 24 años de edad que vive en Manhattan, pero se crió en Miami, aunque nació en Cuba, me cuenta que tiene 16 primos desperdigados por el mundo y de diferentes nacionalidades. En enero pasado conoció a tres de ellos, los colombianos. La misma noche del primer encuentro los cuatro primos se fueron de hoping por bares y cantinas y amanecieron en una calle del Upper East Side tan primos como si hubiesen crecido juntos, frente a una pared que apareció como enviada por los dioses:

Unos meses después, en el verano, mi joven amiga viajó a Francia. Por una secuela de aquel accidente histórico, conoció a una de sus cinco primos franceses, con la cual no pudo comunicarse porque no hablaba español ni inglés. Ni ella francés.

Luego pasó por España para abrazar a sus primos españoles, preguntándose cuándo podrá volver a ver a los que viven en Centro América y en Cuba, con quienes jugaba cuando niña ajena a que un día todos ellos se volverían una secuela de la secuela del accidente histórico, todavía impune.