Ilustración de Omar Santana, especial para El Imparcial Digital.
Fue un sueño, de esos vívidos que convencen; estaba allí y no en la cama donde mi cuerpo reposaba blando y sin conciencia. Había regresado a aquel reparto habanero donde dejé mi infancia y adolescencia, y escuchaba a los vecinos hablar en susurros. Pero, sus rostros me eran ajenos. Al rato apareció mi amiga H., única sobreviviente del pasado, y me habló también en susurros. Esa noche le darían la patada a la lata, aunque nadie se atrevía a contarme porque yo era un forastero. No recordaba qué era una patada y mucho menos una lata, pero la escuché en silencio. Esa noche, explicó mi amiga H., todos los ancianos del barrio saldrían con una lata a la calle a darle patadas. Los más débiles golpearían la lata con un hierro. Iban a protestar por sus cocinas vacías, pero no podían magullar más sus viejas cazuelas. La mayoría de los jóvenes habían partido; unos cuantos rezagados pararon en la cárcel. Los pocos que quedaban vigilarían desde las ventanas y uno de ellos, nieto de un coronel, avisaría por internet a unos amigos en el extranjero para que publiquen los acontecimientos. Los viejos, me dijo H., estaban obstinados de discursos y miserias, y no querían ver más a sus hijos y nietos irse en una balsa o arrastrados a una prisión. Ellos lo habían perdido todo y sabían que, si el ejército, la policía o las brigadas rápidas les daban golpes, el dolor de esos golpes físicos nunca superarían el dolor que llevaban en el alma. Le pregunté a H. qué haría ella. Me miró con la vista ausente y me dijo: “Soy ya parte de los viejos, Eufrates; de mis cuatro hijos tres están afuera y no conozco a ninguno de mis nietos. Al que me queda le dije que obseravara todo por la ventana, y si me pasaba algo, que contara...”
A las ocho en punto, enfatizó H., ella también estaría dándole la patada a su lata. Le pedí una lata a H. y en el momento que me la daba comenzó el odiado ruido del despertador.
Fue un sueño, de esos vívidos que convencen; estaba allí y no en la cama donde mi cuerpo reposaba blando y sin conciencia. Había regresado a aquel reparto habanero donde dejé mi infancia y adolescencia, y escuchaba a los vecinos hablar en susurros. Pero, sus rostros me eran ajenos. Al rato apareció mi amiga H., única sobreviviente del pasado, y me habló también en susurros. Esa noche le darían la patada a la lata, aunque nadie se atrevía a contarme porque yo era un forastero. No recordaba qué era una patada y mucho menos una lata, pero la escuché en silencio. Esa noche, explicó mi amiga H., todos los ancianos del barrio saldrían con una lata a la calle a darle patadas. Los más débiles golpearían la lata con un hierro. Iban a protestar por sus cocinas vacías, pero no podían magullar más sus viejas cazuelas. La mayoría de los jóvenes habían partido; unos cuantos rezagados pararon en la cárcel. Los pocos que quedaban vigilarían desde las ventanas y uno de ellos, nieto de un coronel, avisaría por internet a unos amigos en el extranjero para que publiquen los acontecimientos. Los viejos, me dijo H., estaban obstinados de discursos y miserias, y no querían ver más a sus hijos y nietos irse en una balsa o arrastrados a una prisión. Ellos lo habían perdido todo y sabían que, si el ejército, la policía o las brigadas rápidas les daban golpes, el dolor de esos golpes físicos nunca superarían el dolor que llevaban en el alma. Le pregunté a H. qué haría ella. Me miró con la vista ausente y me dijo: “Soy ya parte de los viejos, Eufrates; de mis cuatro hijos tres están afuera y no conozco a ninguno de mis nietos. Al que me queda le dije que obseravara todo por la ventana, y si me pasaba algo, que contara...”
A las ocho en punto, enfatizó H., ella también estaría dándole la patada a su lata. Le pedí una lata a H. y en el momento que me la daba comenzó el odiado ruido del despertador.
9 comments:
¡Fantástico! ¡Redondo!
Excelente ilustración del maestro Omar Santana! Gracias Eufrates.
¿Es que los sueños, sueños son?
Muy bueno, Eufrates.
Vivido, Don Eufrates. Saludos para Ud.
Tal vez se haga realidad. Ruido con las latas!
especial!
Muy conmovedor.
Para la próxima programe su despertador para un poco mas tarde y asi vemos el desenlace.
Eso mismo, Taoro, eso mismo, necesitamos el final del cuento. Niobe.
muy bueno.
y la ilustracón de santana... pa qué...
me, big fan.
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