Saturday, September 1, 2007

LA PIEDAD, EUFRATES Y LA ORIENTACION DE UN PSIQUIATRA









Quizás el vivir por tantos años en una ciudad tan moderna y dinámica, donde hay de todo menos tiempo, se me ha congelado el alma y me he quedado huérfano de piedad
.
No soy católico, aunque cubano al fin “tengo mis creencias”. Puede que por esa razón nunca le había prestado atención a la palabra piedad. Valoro profundamente palabras como compasión, honestidad, libertad, individualidad, educación, diversión, solidaridad, honradez, amistad, economía, y entre muchas más que amo, hedonismo.

Pero, para mi la palabra piedad no tiene ninguna repercusión. Más bien, quizás, y sin buscarle el exacto significado en el diccionario, su sonido me irrita. Son muchas, muchísimas, las cosas que me provocan compasión. Pero no recuerdo que alguna vez en mi vida haya sentido piedad por algo o por alguien.

Por circunstancias privadas, me había mantenido muy alejado de los asuntos de Cuba. También, por sobrevivencia emocional. Borrón y cuenta nueva. Este “hombre” y sus imbecilidades no van a destruir la segunda etapa de mi vida, como hizo con la primera. Sin embargo, amigos cercanos y lejanos me habían aconsejado que empezara a leer Encuentro Cubano, porque si no, cuando las cosas cambiaran en Cuba, no iba a entender nada de nada. Hasta un amigo psiquiatra me convenció de que empezara a abrir poco a poco la compuerta bloqueada dentro de mi con respecto al tema cubano para evitar un día un breakdown.

Me crié en Cuba, pero me fui a finales de los ochenta, cuando todavía éramos colonia de la antigua Unión Soviética y en Miami la última inyección masiva recibida de la isla había sido el Exodo del Mariel. Mis primeros amigos en el exilio no fueron mis mismos amigos de Cuba, sino unos cubanos muy raros –para mi en el momento- que a penas hablaban español o lo hablaban demasiado bien pronunciado, o lo mezclaban constantemente con el inglés, aportándole a nuestra lengua un material interesante para investigadores linguísticos. Eran cuban-americans, hijos de aquellos cubanos que se fueron primero en 1959 y durante los años sesenta y setenta.

Cuento esto porque, en estos momentos que vivimos me siento en una frontera de nadie, donde comprendo a ambas partes, con amplia dosis de compasión para cada una y otra igual para mi mismo. Pero no soy un cubano-americano. Tampoco siento una conexión de vivencias con quienes viven dentro de la isla, a pesar de que allí viví treinta años. Y, ante esos momentos en que es imposible mantenerse en el borde de las gamas de emociones compartidas, me identifico primero y por convicción, con los cubanos que crearon Miami y sus hijos de mi generación. Conviví con ellos lo suficiente como para conocer cuánto dolor cargan.

Sin embargo, cuando he tenido el placer de conocer jóvenes recién llegados, y me cuentan sus peripecias para salir de Cuba y luego llegar a los Estados Unidos, entiendo perfectamente las pasiones que hay detrás de aquellas anécdotas, así como también sus tristezas cuando mencionan a los familiares y amigos dejados en la isla. Y percibo el alivio que sienten de estar en una tierra firme donde poder empezar a construir el futuro. Pero ellos no me transmiten el dolor que siempre encuentro en los cubanos exiliados desde el 59 hasta la época de El Mariel, y los que a gotas llegamos durante los ochentas.

Viviendo este vacío “histórico-personal”, comencé a leer Encuentro Cubano y me he vuelto fanático del blog de Jorge Ferrer, quien indirectamente y sin él saberlo porque no nos conocemos, me dió el empujón que necesitaba para abrir un blog propio. Y lo titulé como mismo me identifico cuando intervengo en las acaloradas “discusiones” del Tono de la Voz. Quizás porque fue lo primero que encontré a mano y el desear unir a diferentes gamas de cubanos escogí el nombre del popular personaje Eufrates del Valle (un poco también por el aquello de que todos tenemos nuestros rehenes, aunque cada día sean menos, preferí un seudónimo). Y porque crecí con San Nicolás del Peladero, programa que veíamos toda la familia reunida antes de que empezaran a faltar miembros poco a poco.

Entonces, durante la discusión de ayer viernes 31 de agosto en el Tono de la Voz, tomando como referencia La Muerte Deseada, leo que una persona habla de tener piedad con Fidel Castro. Que hay que dejarlo morir tranquilo. Luego una lectora identificada como Tuta, me aconseja en su comentario en mi página que me dedique a hablar de mi abuelo (a lo que también me dedicaré Tuta, no te preocupes) y me aconseja más por vieja que por diabla que no me meta más con el “hijo de p.”, como pone textualmente.

Curioso. ¿Piedad por Castro? Para mi es imposible. Quizás para los más jóvenes que viven en Cuba o salieron a partir de los noventas con la consabida laceración que debe haber dejado impresa una época tan terrible como el período especial, Castro no significa nada, sólo un viejo que habla boberías que nadie escucha. Y no lo ven como el arquitecto que convirtió a Cuba en una isla más del Caribe, más cercana a Haití que de Aruba, todavía colonia de Holanda, cuando habíamos llegado a ser como nación un lugar único, innovador, moderno, capaz de haber creado una constitución tan avanzada como fue la del 40, con una clase media amplia y un campesinado productivo, a pesar de los gobiernos corruptos y luego la tiranía de Batista,.

Precisamente desde 1980, cuando los sucesos de la embajada del Perú, sucesos que despertaron en mi generación el cuestionamiento de la achacosa revolución, comencé a sentir su bota en mi cabeza en cada acto de mi vida. Desde la doble moral de tener que hablar y escribir de una manera y luego pensar y comentar con mis amigos de otra, hasta sufrir las escaceses materiales, el bochorno de no poder disfrutar los centros recreativos de mi país, estar incomunicado con la mitad de mi familia en el extranjero, no tener acceso a la información, no poder conocer el mundo y luego regresar a mi tierra, o hasta ver con tristeza como aquella Habana majestuosa que conocí de muy niño –pero quedó grabada para siempre en mi gaveta de recuerdos bellos- se fue desmoronando, ensuciando, vulgarizándose, cayéndose en pedazos.

Después, la misma bota se mantuvo sobre mi cabeza cuando llegue a Miami y empecé a escuchar cada historia, todas dolorosas, y me di cuenta que daba mis gracias por haber salido de Cuba a tiempo, aunque al salir sólo sabía un 5% de la magnitud del daño.

Por lo cual concluyo que la piedad debe estar paralelamente relacionada con el dolor. Quizás los más jóvenes, y los que en Cuba se encuentran sin a penas información, no tengan un punto de comparación para medir lo que ese hombre ha destruido. No sólo material o espiritual. No hay con que medir la rasgadura que le ha hecho a la nacionalidad per set. Durante un viaje que di a Cuba para ver a mi madre en los 90s, le pregunté a un muchachito de mi familia que era lo que él quería ser cuando fuera grande. Su respuesta para mi significó concientizar el peor de los daños hecho por este hombre en nuestro país. La respuesta del muchacho fue que quería ser extranjero.

No se lo que es la piedad. Menos la voy a estrenar ahora. Agradezco todos los comentarios pero celebraré la muerte de Castro, más allá de que ya lo haya hecho o no, porque es también la muerte de un símbolo. De una época. De una etapa de vergüenzas y dolores propios y ajenos. La mortalidad de lo que él quizo inmortalizar. A partir de ahí, y después que pasen los 3 días de resurrección (no vaya a creerse Jesús Cristo y le de por aparecer) en Cuba, irremediablemente, habrá cambios. Quiás no sean palpables de un día a otro, no sean los que prefiramos, pero los que vengan y con la velocidad que vengan después del show del entierro, servirán de base para que un día quepamos todos en nuestro país.

1 comment:

Anonymous said...

Yo vine antes que tú, pero comparto completamente tus ideas.